sábado, 16 de febrero de 2008

Cajas

Un cigarro imaginario reposa sobre un cenicero imaginario en mi escritorio real, junto al portatil real.

En las volutas que imagino amarilleando poco a poco las paredes de mi habitación poso la mirada.

Entre esos dibujos que el humo del cigarro crea yo me expando y casi logro convertirme en eso: humo de un cigarro imaginario.

El paquete de tabaco vacío es la mejor metáfora que he podido inventar esta vez.

Como si hubiese sido una caja de zapatos, o quizás una de taracea, tal vez una vieja caja de galletas danesas o lo que queda de los últimos bombones que ya se almacenan en mis cartucheras.

Cajas.

Diferentes formas, colores o incluso aromas.

Rebusco en cada una de las cajas.

Algunas tienen cerrojo y cuesta abrirlas.

Otras tienen un candado y la llave no llega a aparecer.

En otras es una clave la que me da acceso.

Pero siempre, lo importante es lo que halle dentro. No busco nada en concreto. Me dejo sorprender por el interior.

En algún momento me pongo en guardia por si la cajita es una de esas de bromas dispuesta a dispararte un payaso horrendo coronando un muelle.

Con algunas cajas es casi imposible saber que habrá dentro sin llegar a abrirlas.

Sin embargo, existen otras de cristal transparentes, (pocas, pero haberlas haylas), y el contenido es nítido.

Algunas engañan al abrirlas y conforme voy sacando cosas, el objeto siguiente no te dice nada de lo que vendrá después, de qué será lo próximo.

En otras siempre es una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez lo mismo desde un principio.

Sin embargo, las peores son las que se quedan vacias. Cuando se saca todo lo que hay ya nada podrá sorprender. Toco fondo. Nada queda en su interior. Lo que hay es lo que veo. No puedo pedir más. La mayoría de las veces es triste. Pero así somos las cajas.

Aborrezco los tuperwares. Cajas hermeticas donde nada entra ni sale. No entra aire y nada se corrompe. Pero tan hermético como un tarro cerrado al vacío. Y tras hacer intentos vanos, esfuerzos en los que dejo la llema de mis dedos, me doy por vencida.

Será que esta caja no quiere dejarme ver qué contiene.

Será que esta caja prefiere que pase de largo.

Será que esta caja prefiere que mis microbios no la corrompan, no quiere ni mi aroma ni mis objetos personales, nada que me caracterice o que pueda ser una pista de mi personalidad.

Será una caja tan respetable como cualquiera de nosotras.

En cuanto a mí a veces soy una caja de papel mojado. Y por tanto a veces todo lo que llevaba dentro se encuentra en un estado lamentable.

Otras soy la caja de Pandora.

Otras tengo la tapa sobrepuesta y deseo solamente que una brisa de aire se me acerque para dejar al descubierto mi interior y darme a conocer.

Otras soy una caja fuerte y pocos tienen acceso a ella.

Y otras sencillamente soy una caja más de la agrupación de contadores y espero rescondida en el hueco de las escaleras, mientras oigo el zumbido de mí misma y mis compañeras sabiendo que allá arriba en el bloque de pisos la vida continúa dia a día.

jueves, 14 de febrero de 2008

Yo iba...

Yo iba por mi vida orgullosa de saber salir al paso, de no dejarme abatir por la duda, de creer que mis pasos me llevaban a algún lugar. Viajaba por mi camino pensando que no habría nada peor que preguntarme qué pasó con aquella elección que no hice en su momento, pensando que llegaría a viejita sin el peso de un tren perdido. No quería albergar la duda sobre un intento que no hice, un esfuerzo que no realicé por miedo al presente, a las difíciles cuestiones que rodean mi presente. Todo el camino es serpenteante para mí. No suelo elejir bien por lo que se ve. Pues bien. Hoy me siento cobarde. Cobarde y cómoda. Y no tengo ganas de cambiar esta comodidad a corto plazo. Es mi mejor baza ahora mismo: mi escondite está bien resguardado y aún aguantará un par de tempestades. Por ahora no voy a salir al paso, me voy a quedar resguardadita y segura. He hecho grandes esfuerzos y he llegado a ningún lugar. Y puesto que no he logrado nada al esforzarme pienso que no era el momento para apurar energías. Eso he aprendido: no era el momento. Sin embargo, sé que el camino es raro y curioso. Puede sorprenderme y despistarme, lo mismo que puede deprimirme y espantarme. Sé que cuando salga de mi escondrijo podré retomar mis pasitos. No dejarán los trenes de pasar mientras me esconda, pero tampoco se acabarán cuando yo me asome. Sé que siempre habrá trenes a los que saltar y montarme en ellos sin que paren en mi estación.